La melancolía del francotirador
Comienza la agitada
década de los cuarenta del siglo pasado y en la exclusiva Phillips Exeter
Academy, en Nueva Inglaterra, un maestro furibundo entra en la sala de
profesores dando un portazo. Antes de que nadie tenga oportunidad de dirigirle
saludo alguno, exclama: “I wish I were a bull!” [¡Ojalá fuera toro!]. Ante la
sorpresa de sus colegas y la pregunta “¿A qué viene eso?”, implícita en
su silencio, se explica: “So I could gore Vidal” [Para poder cornear a
Vidal].
Esta
anécdota —inevitablemente mermada en su trasvase al castellano—, a la que Gore
Vidal hace alusión en su libro de carácter autobiográfico Una memoria,
constituye un buen ejemplo del efecto que ha causado y sigue causando Gore
Vidal, ya sea en críticos literarios de renombre, entrevistadores impetuosos o
figuras de la política. Por un lado, desazona y asaetea a su “víctima” hasta
sacarla de quicio, pero, por otro, provoca en ella la reflexión, aguza su
ingenio y le hace sacar lo mejor —o lo peor— de sí, aunque sólo sea para
intentar ponerse a la altura de su atacante a la hora de responderle.
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