domingo, 17 de febrero de 2013

Safaris inolvidables

Confieso que, a mi pesar, no soy lector de cuentos.
No es que crea que un buen libro de relatos no está a la altura de una buena novela; nada de eso. Lo que ocurre es que la brevedad del relato me deja por lo general un regusto amargo, como cuando se invierte demasiado afecto en una relación efímera. Esta semana, no obstante, he leído dos libros de relatos que me han hecho replantearme esta premisa. El primero era Demasiada felicidad, de Alice Munro. El segundo, Safaris inolvidables. Ambos son excelentes colecciones de cuentos, pero con este último no tenido en absoluto esa sensación amarga de la que hablo, y no la he tenido porque los relatos están tan bien trabados, tienen una estructura tan perfecta, que forman un microcosmos tan sólido y perdurable como el de una narración de mucho más largo aliento.
Pese a su inmensa variedad de temas y escenarios, reunidos gracias a la fascinación del narrador por Google Earth, Clemot habla de personajes y estados de ánimo muy diversos, algunos casi antagónicos, pero todos subsumidos en una mirada unitaria y un motivo que cohesiona todos los relatos, así como los esbozos de historias que se apuntan dentro de los propios cuentos. Ese motivo no es otro que la memoria como herramienta y condena, como prodigio y castigo a partes iguales.
Nadie mejor que el propio Clemot para explicarlo con una de sus metáforas complejas y exactas:
«La memoria es una naviera importantísima y tiene más rutas que ninguna otra, se unen y desunen lugares como la trenza de una colegiala o la crin de un caballo, imágenes que nunca más se volverán a unir se atan y desatan, lugares azarosos, deshabitados u oscuros, costas solitarias como el mar de la Odisea; el recuerdo traza en el mar un enjambre de líneas espeso como un ovillo, como una maraña de zarzas que esconde un profundo vacío, lleno de miedos, negro y feroz como el ojo de un tuerto.»
Fernando Clemot viene teniendo la sonoridad de un clásico desde sus inicios, y con cada entrega esa sonoridad se va reafirmando, dejándonos el eco de las obras pausadas y bien hechas.
 
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